Hablar no es comunicar porque las palabras pueden confundir sin
decir nada, porque pueden existir mil razones para hablar que no sean las de
establecer un vínculo de comunicación con alguien más.
Porque hablando pueden tejerse telarañas que enredan y
atrapan las ideas. Hoy está de moda hablar, pareciera que entre más palabras se
pronuncien, más se comunica, pero si las palabras van perdiendo su significado,
se convierten en cáscaras vacías que ya no contienen esencia alguna y se genera
solamente ruido.
Es muy fácil hablar y prometer, pero se no siempre existe el
vínculo entre palabra y acción, podemos llegar a creer que no tienen vínculo
alguno. Entonces las palabras pueden convertirse en armas letales, veneno y
destrucción, pero pueden ser también caricias, versos o verdades.
Comunicar es generar puentes entre las almas, poder
establecer un estrecho invisible entre los corazones y hacer que prevalezca la
honestidad, la claridad y la verdad ante la prosperidad o la adversidad. Consiste también en escuchar, en permitir que el
silencio se convierta en el receptor de las ideas y sentimientos que bailan al
compás del dialogo y van formando melodías que construyen en conjunto el
vínculo entre dos o más personas.
Hablando se puede huir o generar una barrera que no nos
permite sumergirnos en el silencio comprensivo del que escucha, del que atento
recibe para después encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que
contiene.
Para poder comunicarnos con los otros requerimos de
conocernos, porque no se puede comunicar desde la ignorancia, porque el
verdadero arte de la comunicación radica en descubrir las esencias y dejar que
se manifiesten a través de nuestro dialogo.
Sigamos entonces buscando la verdad en todo lo que hagamos y
eso nos permitirá cada vez comunicarnos con mayor honestidad y nos conducirá a
encontrar los medios y los espacios adecuados para convertirnos en instrumentos
bien afinados que puedan crear melodías en conjunto con otros.